martes, 17 de febrero de 2009

CONCLUSIONES FINALES

Las estructuras económicas existentes, al igual que las mismas sociedades en que se enmarcan, son dinámicas y están en continuo proceso de transformación. Analizar y comprender estos cambios mediante métodos lógicos y racionales, es primordial para entender los factores a los que dan lugar así como su funcionamiento. La Edad Moderna es una etapa de la historia en la que se dieron multitud de transformaciones, y consecuentemente retos, en una sociedad anquilosada en viejos parámetros recionales y que tuvo que elaborar, a veces incoscientemente, formas de desarrollo sin encontrar certeramente una dinámica rectora que pudiese explicarlos y ayudar a controlarlos, pues contradecía hasta en sus más arraigados principios la racionalidad teocrática heredada del medievo. Este proceso arrancó en una sociedad fuertemente estamentada e inmovilista, profundamente religiosa, en los que se localizaban distintos modelos (políticos, sociales, económicos...) y que daban lugar a sistemas de subsistencia y adecuación; finalizando con una sociedad de clases secularizada, enmarcada en un mundo intercomunicado en casi todos los aspectos y en la que el tener sustituyó al ser. En vista de la comparación, parece imprescindible analizar cuales fueron los cambios estructurales que se produjeron en la economía, principal motor de cambio a mi modo de ver, para comprender el mundo en el que vivimos y porqué es éste y no otro.

El hombre, y las sociedades como el conjunto de éstos, al igual que toda forma de vida conocida, tiende hacia un objetivo muy puntual, sobrevivir y hacerlo cada vez de manera más fácil. Para ello debe adaptarse a las situaciones que se le presentan haciendo uso de su inteligencia, dando lugar a estructuras sociales, políticas, tecnología, sistemas económicos y un largo etcétera. Pero estas estructuras, por lo general, son fruto de la experiencia en ausencia de un conocimiento que explique y de un irrevocable sentido a esa dinámica de cambio, incluso hasta nuestros días, permitiendo racionalizar la respuesta de la sociedad a adversidades recurrentes en la historia, muchas veces provocadas por el mismo hombre. Por lo que es habitual que se presenten momentos de crisis en los que el sistema ya no responda a las necesidades, dando lugar a cambios, algunos transitorios y duraderos y otros conflictivos y revolucionarios. En un ámbito de cambio comienza la Edad Moderna.

Tras una larga crisis que asoló Europa a lo largo del siglo XIV, se dieron una serie de circunstancias que denotaban la inviabilidad de las estructuras medievales vigentes hasta entonces. Entre ellas pueden nombrarse una mayor presión demográfica, una mayor necesidad de rentas, el crecimiento de los núcleos urbanos, la expansión del horizonte conocido, nuevos hábitos de consumo, nuevas formas de hacer la guerra, un incremento considerable de los intercambios comerciales y una, tímida todavía, secularización social. Circunstancias que demandan nuevas estructuras que posibiliten el equilibrio entre los distintos sectores de la sociedad. La respuesta fue un cambio progresivo en el que las principales estructuras de dominio y poder no sufrieron alteraciones notables, si bien se dio cabida al desarrollo de sectores que jugaban un papel primordial en las nuevas relaciones de producción como, todavía en formación y sin una conciencia de clase, la burguesía.

Son muchos e innumerables los cambios que se produjeron en esta etapa, más aún si contamos con los que a sí mismos éstos dieron lugar. Los propietarios de los principales medios de producción existentes entonces vieron, tras una larga experiencia de guerras, querellas y sublevaciones que cuestionaban el orden existente por el que éstos, la nobleza y el clero, mantenían el control y dominio de la sociedad mediante el uso de privilegios jurídicos, económicos, políticos..., la necesidad de un poder ligítimo e incuestionable que arbitrara las relaciones de producción al amparo de los estamentos privilegiados y que mantuviera su status social. Este poder era la monarquía que, haciendo uso de la Iglesia como medio de legitimación divina y de la nobleza como sustento económico, político y militar, llevó a la aparición de un estado que, con el tiempo, asumió las funciones militares y políticas gracias a la ayuda proporcionada por el desarrollo de una compleja hacienda.

Este perfil socio-político permitió el desarrollo intrínseco de los fenómenos económicos que, entre otras cosas, habían propiciado su formación. El aumento demográfico, los mecanismos sociales de legitimación y las innovaciones y descubrimientos en la producción, crearon una nueva forma de demanda cuya satisfacción recayó en manos de los mercaderes, una clase social no privilegiada pero tampoco nueva que vivirá en esta etapa una importantísima expansión. A pesar de no dedicarse, por lo menos no íntegramente en su gran mayoría, a la agricultura, considerada como fuente de todas las riquezas y libre de pecado, recayeron en sus manos la formación de importantes redes de intercambio, tanto nacionales como internacionales, de mercancías cuya expansión fue cada vez mayor gracias a factores como el desarrollo de sistemas bancarios, mecanismos de crédito, de pago y de intercambio, la celebración de ferias donde se concretaban transacciones y pagos..., creándose un sistema financiero desconocido hasta entonces y en que cada vez eran menos las zonas del planeta que no estuviesen bajo su órbita. No hay que olvidar que estos mecanismos fueron propiciados gracias a la regulación llevada a cabo por el estado, gran beneficiario de estos procesos y demandante de ingentes cantidades de crédito, así como el descubrimiento de nuevos yacimientos de metales preciosos, imprescindibles para la satisfacción de medios de pago en un sistema monetario mercantilista.

Estos procesos tuvieron consecuencias a veces no esperadas, pero sí inevitables. Por ejemplo, la ascensión de la burguesía y el desarrollo de su conciencia de clase conllevaron una importante contradicción con los estamentos privilegiados, que mantenían su dominio político y social en un contexto en el que los medios de producción y las fuentes de riqueza habían cambiado de manos. Situación inútilmente sostenida por la corona, cuya vinculación a la nobleza y a la Iglesia habían creado un sistema rígido e inmovilista, situación, por otra parte, lógica puesto que la intención de las clases dominantes es no ser relevadas por otras. Un choque, pues, entre lo antiguo y lo nuevo, ésto es entre los privilegios, los gremios, los juicios morales del clero..., y la burguesía, la libertad de mercado, las nuevas formas de propiedad... Pudiendo resumirse en un conflicto entre el ser y el tener.

Posteriormente, estas contradicciones, creadas de la resolución de las anteriores, resolvieron en nuevas estructuras. Ya en la Edad Contemporánea asistimos a la Revolución Industrial, el surgimiento de las ideas liberales, el nacimiento de la sociedad de clases...

Cabe preguntarse si los coetáneos a todos estos procesos desarrollados a lo largo de la Edad Moderna eran conscientes de ello o no. Las teorías elaboradas al amparo de las circunstancias que se presentaban, parecen más el fruto de la intención de resolver los problemas prácticos a corto plazo. Este es el caso de los arbitristas españoles, pero ello no les impidió elaborar los primeros esbozos acerca de la dinámica económica de la sociedad en un contexto cultural retrógrado y conservador. Con el tiempo aparecieron las primeras escuelas de pensamiento económico como la de los fisiócratas, mediante un método científico basado en una metodología concreta, permitieron el desarrollo de conceptos clave para la economía como el de producto neto como riqueza, pero todavía contaba con una notable carencia de medios y conocimientos. Finalmente, para esta etapa, la aparición del liberalismo económico a manos de Adam Smith trajo las bases para el desarrollo del capitalismo y la ascensión como clase dominante de la burguesía, la cual adaptó a lo largo de los siglos XIX y XX las estructuras sociales y políticas a sus principios e intereses. A pesar de todo, estas bases han sido reformadas en multitud de ocasiones, como fruto de sus imperfecciones, dando lugar a cambios cualitativos importantes como, y bajo mi punto de vista el más importante, la concepción a lo largo del siglo XX del individuo, no sólo como un agente productivo, sino también de consumo gracias a la intervención de economistas como John Maynard Keynes; así como también revisadas desde sus orígenes a manos de individuos como Karl Marx.

Esa labor de los economistas no hace más que responder al inagotable interés del hombre por conocerse a sí mismo, entenderse y poder dar respuesta a aquellos interrogantes que, todavía hoy, rigen nuestra existencia. Clases como ésta me ayudan profundamente a confirmar muchos de los principios de los que dispongo y a elaborar muchos otros, siempre consciente de que todavía queda mucho por aprender.

1 comentario:

David Alonso dijo...

Buena entrada César, si bien el término "estamentada" debería sustituirse por "estamental".
Un saludo,